A Balta
28 de octubre de 2006

Existen seres humanos que saben dar alas a los sueños fijando una estela singular allá por donde pasan. Y Balta supo hacerlo. Dejó Madrid por el aristocrático y frío Brigthon, y este por el Rompido de finales de los ochenta del que se enamoró a primera vista. Maestro comprometido con una escuela pública y laica, y también con el entorno que eligió para vivir, nunca pasó desapercibido. Allí, entre los marineros de la orilla del río Piedras, junto a su compañera Nati, abrió su maleta cargada de ilusiones, como siempre, y supo integrarse con la experiencia y maestría que otorga ser cosmopolita y provinciano al mismo tiempo, como si su cuna hubiera sido mecida por los vaivenes de las mareas. Hizo suyo este trozo de tierra coqueto y privilegiado, como todos los lugares donde vivió, y por eso se unió a la defensa de la conservación y respeto del medio natural protegido como el más rico de los patrimonios que pueden heredar las futuras generaciones. Sociable y solitario, sencillo y complejo, pero siempre inquieto, creativo, utópico. Un ser de todos los lugares y de ninguno que dejó un trabajo constructivo como prueba irrefutable de su paso. Mientras los pantanos se llenan con una insistente y necesaria lluvia otoñal, y las setas rebrotan con fuerza por los campos del Rompido, Balta nos dejaba para siempre. Pero la lluvia no cesa, y la próxima primavera lucirá más hermosa que nunca en este rincón donde Balta fue feliz.

No hay comentarios:

Publicar un comentario