La pregunta de Omar
27 de mayo de 2005 

                                                                                                    Foto: Pepa Suárez
 Niños marroquíes (Alhucema)
                                                                                  
  Omar tiene la cara redonda, la tez color aceituna y su mirada, vivaracha y triste a la vez, emana la inocencia propia de un niño de seis años que intenta comprender el mundo. Con su incipiente español, un vocabulario de supervivencia, y el juego arbitrario de los tiempos verbales, me explicaba un día cómo su padre atravesó el Estrecho, escondido en un camión, y la larga odisea que vivió hasta conseguir “papeles”. Una historia que ni siquiera su mente infantil era capaz de aderezarla de fantasía y envolverla de aventura, sino que, por el contrario, su relato desordenado pero comprensible, estaba lleno de tintes amargos y realistas del que su padre era el antihéroe. “Ahora podemos ir de vacaciones a mi pueblo porque tenemos papeles”, me decía. “¿Cómo se llama tu pueblo?”, le pregunté. “Casablanca”. “Yo he estado en Casablanca, Omar”. Dejó de votar la pelota y me pregunto sorprendido: “¿Con papeles, maestra?” A Omar no le salían las cuentas. Días antes, Omar escuchaba hablar en clase sobre declaración universal de derechos humanos y constituciones, igualdad, trabajo y vivienda…, y es más que probable que al hijo del antihéroe no le salieran las cuentas esta vez, como muchas otras. Omar tiene la habilidad, como tod@s l@s niñ@s, de hacer las preguntas más complicadas adornadas de una fascinante simplicidad. Pero pronto comprenderá que para muchos seres humanos la excepción a la norma es lo cotidiano. Dicen que la enseñanza práctica ayuda al aprendizaje y Omar tiene todas las papeletas del lado trágico del mundo para aprender rápido. Para entonces habrá perdido su mirada vivaracha.

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