Elección

2 de junio de 2011 

El 28M cualquier joven o jubilado, estudiante o mileurista, parado o funcionario, autónomo, ama de casa, desahuciado o artista tuvo la ocasión de elegir entre indignarse en la plaza de una ciudad cualquiera o sumergirse en una explosión de entusiasmo provocado por el triunfo del F.C. Barcelona. Dos opciones situadas en los polos opuestos de ese abismo que supone cinco millones de parados y nueve millones de pobres; un monstruo de dos cabezas irreconciliables; dos fenómenos de masas antagónicos celebrados en un momento y un lugar común. Con el mismo drama bajo los pies, unos decidieron abandonarse al delirio y sublimar una realidad fallida identificándose con unos tíos millonarios con novias famosas. El rito completo consiste en desgañitarse entre la algazara de la muchedumbre, disfrazarse con los colores del equipo ganador y meter la cabeza, a codazo limpio, en la fuente más grande y céntrica de la ciudad. Cualquier acontecimiento de este tipo se encuentra sometido a las reglas de semejante locura. Una diva se permitió el lujo de hacer esperar más de una hora a 20.000 espectadores que pagaron una entrada para asistir a su concierto, hasta que llegó su novio, una de las divinidades futboleras. Ya en el escenario con él, exhibió a golpes de caderas el éxito, la fama, y el glamour que a la gran mayoría de los mortales nos está vedado. Desde la más estricta distancia marcada por unos gorilas musculosos vestidos con trajes de chaquetas, al público no le quedaba otra que babear, desear y soñar un mundo que, a fin de cuentas, no es más que un negocio basado en la admiración de la mayoría y en las ganancias económicas de unos cuantos. La otra opción consistía en rebelarse; salir a la luz del día para desenredar la tela de araña que nos oprime el pecho; identificar a esos dioses innombrables que nos maltratan; excavar con las uñas hasta encontrar una democracia escondida en un profundo letargo; practicar las asambleas sin cabezas pensantes, debatir, organizarse; amar sin modelos publicitarios envueltos en papel de celofán; vivir, sencillamente vivir sin otra meta que la que nos dicte nuestra voluntad. Hasta la fecha convivimos con las dos realidades bien diferentes. Una exige el protagonismo que nos merecemos como seres humanos libres. La otra nos relega al papel de alienados consumidores o desbocados seguidores de los fenómenos de masa. El tiempo, la paciencia y la comprensión son elementos que juegan en contra de la primera. Para la segunda siempre estarán disponibles. Esa es la cuestión.

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