Mazagón
9 de agosto de 2010


Ha llegado la hora de pagar los impuestos municipales y la adrenalina comienza a escaldar el hígado de la gente de este núcleo urbano fallido. Las corporaciones, que no se merecen el privilegio de proteger esta cara del Atlántico, son maestras en horadar la voluntad popular como el viento y el salitre lo hacen con los médanos. Pero más feo. A medida que la Naturaleza diseña cada milímetro de filigrana, sin prisas, con la exquisitez y la paciencia artesanal marcada en los perfiles de las dunas fósiles, nuestras calles se hunden, la basura gana terreno y el mobiliario urbano no llega. Tal cual. Mazagón no tiene nada que envidiarle a cualquier playa paradisíaca de un país en bancarrota con una sola diferencia: aquí hay fuegos artificiales que te invitan a mirar al cielo con la boca entreabierta mientras los agujeros del asfalto se multiplican. Una instantánea junto a un mástil sujeto al suelo por dos alcaldes con pose de emoticono “Ángel” es todo el objetivo de las visitas municipales, que se asemejan más a la inspecciones de los colonizadores procedentes de sus metrópolis que a una institución elegida por sufragio. En su lugar, no vendría mal un alcalde con cara de “sabelotodo”, que sustituya el mástil por una calculadora. Sólo así, esta playa se transformaría en un lugar decente.

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