LOS VALORES DE FRANCIA Y SU POLÍTICA EXTERIOR: DOBLE RASERO A LA CARTA


30/10/2020

A raíz de los últimos atentados terroristas en suelo francés con el resultado de un profesor decapitado por mostrar las caricaturas de Mahoma en sus clases, dos personas gravemente heridas cerca de la sede del semanario Charlie Hebdo, y otras tres personas asesinadas con arma blanca en una basílica católica de Niza se hace obligatorio remitirnos al rumbo de la política exterior practicada por los sucesivos gobiernos franceses. No resulta difícil entender, aunque no sea la única razón, que décadas de colonialismo, neocolonialismo y una política exterior más que agresiva dejen un poso de rencor en las sucesivas generaciones que viven en suelo francés procedentes de dichos países, potenciando la posibilidad de radicalización de una juventud susceptible de caer en manos de grupos terroristas islamistas.  

Jack Lang, ex ministro socialista francés y actual director del Instituto del Mundo Árabe en París, declaraba, después de los sucesos de Charlie Hebdo y los sucesivos ataques terroristas en suelo francés en 2015, que los atentados islamistas son “un ataque a nuestros valores, no solo los de Francia sino los de todos los países que comparten la fe en la democracia, la tolerancia y el valor del ser humano”. Aquí cabría una pregunta, ¿realmente se puede explicar el fenómeno del terrorismo y la radicalización de los jóvenes con esa tesis? Macrón, en un alarde de memoria histórica poco común entre los políticos franceses, aportaba otra pista en su discurso del 2 de octubre de este año, el dramático pasado colonial: “Francia arrastra traumatismos que todavía no ha superado” haciendo que jóvenes de familias de origen magrebi y África subsahariana “revisiten su identidad con un discurso colonial y poscolonial”.

En este sentido, podríamos comenzar recordando la masacre de más de 200 argelinos, que participaban en una marcha pacífica por las calles de París el 17 de octubre de 1961, cuando reclamaban la independencia de Argelia. Tuvieron que pasar 50 años para que el gobierno francés admitiera su culpa en la matanza. Aún así, ningún político francés desmintió a los medios de comunicación, cuando en 2015 los titulares definían los atentados terroristas, donde perdieron la vida 130 personas, como la peor matanza en suelo francés desde la Segunda Guerra Mundial. Nadie quiso en ese momento recordar las vidas perdidas en una represión brutal.

Francia nunca tuvo escrúpulos para reprimir a sangre y fuego. En 1945, el ejército francés abrió fuego sobre una marcha pacífica anticolonial en Setif (Argelia). El movimiento se expandía por toda la zona y Francia lo reprimió, en los días sucesivos, asesinando a 45000 argelinos como escarmiento y ejemplo para el resto de la población. El silencio actual de Francia de su pasado brutal no impide el lastre que deja en la descendencia que vive en los barrios pobres de Saint Denis.

En ese mismo discurso, Macron hacía referencia a las nefastas consecuencias de doctrinas que vienen del exterior como el wahabismo: “formulan una yihad reinventada, que es la destrucción del otro”. Pero ni una sola palabra de Arabia Saudí, principal centro intelectual de esta doctrina islamista radical, así como su principal fuente de financiación. Existe una razón para ese silencio: Francia vende armas a este país. En 2018, las ventas aumentaron un 50%, según el informe del ejecutivo francés. Estudios del Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI) señalan que el 61% de las importaciones saudíes de armamento, en el último lustro, procedían de EEUU, el 23%, de Reino Unido, el 3,6 % de Francia, y el 2,4% de España. Más aún, este país, el tercer importador de armas del mundo, está denunciado por organizaciones defensoras de derechos humanos por cometer posibles crímenes de guerra contra la población civil yemení. Según la ONU han muerto, hasta la fecha 7700 civiles. Pero esa no es una razón de peso para que estos países occidentales no sigan vendiendo armas a los saudíes. Según Tony Fortín del Observatorio sobre Armamento, “estas transferencias revelan una alianza geopolítica con estos regímenes y una violación total de los compromisos internacionales, por lo que uno solo puede esperar un empeoramiento de los conflictos en Yemen o el Cuerno de África donde Emiratos Árabes Unidos (EAU) y Arabia Saudí están empezando a desplegarse en alianza con Francia”.

No menos contradictoria y errática ha sido la actitud frente al Estado Islámico, cerebro de muchos de los ataques en suelo francés. En noviembre de 2015, después de un atentado terrorista con un dramático resultado de 129 personas muertas y 352 heridas, Francia, junto a EEUU, bombardearon sin piedad Rakka, la capital del Estado Islámico en Siria. El escritor y periodista inglés Robert Fisk, especialista en Oriente Medio hacía la siguiente reflexión en un artículo aparecido en La Jornada el 17 de Noviembre del mismo año: “es un ataque de venganza por donde se le mire. Porque si fue un asalto militar serio para liquidar la maquinaria del ISIS en Siria, ¿por qué los franceses no lo hicieron dos semanas antes? ¿O dos meses?” Al hilo de los atentados en París, Obama declaraba “es una situación a la que no se puede poner fin, mientras Al Assad continúe en el poder”. A los países occidentales les cuesta reconocer que el ejército sirio ha sido el único (también los kurdos), que han luchado a muerte para acabar con el Estado Islámico. Pero ese reconocimiento entra en contradicción con la enemistad de Francia y EEUU con Al Assad. Sin olvidar la dramática historia del Líbano que comenzó con la creación del Líbano moderno y el sistema confesional en la que Francia jugó un papel protagonista. Delimitó sus fronteras de una forma artificial con el objetivo de proteger los interese de los cristianos libaneses y los suyos propios. Esta situación, unida a la separación de la Gran Siria, dejó al pequeño país en un conflicto interno de luchas de poder enquistado que dura a día de hoy.

En cuanto a Libia, Francia jugo un papel protagonista, junto a Inglaterra, en la destrucción del estado libio. Tenía intereses geoestratégicos (Libia hace frontera con cuatro países del área francófona), económicos (la empresa francesa Total explotaba un yacimiento petrolífero e importaba en ese momento el 6% del crudo libio). Había otro interés interno de recuperar la popularidad que perdía Sarcozy. La teoría era “proteger a la población civil de la locura criminal de Gadafi” según el mandatario francés. Además, Francia sigue apoyando, con armas, a Haftar, en contra del embargo de venta de armas que la ONU mantiene en ese país desde 2011. En 2019, Francia bloqueo una iniciativa de la UE para exigir a Haftar el cese de una ofensiva sobre Trípoli. El comunicado explicaba el peligro para la población civil de una escalada bélica, la interrupción del proceso político de recuperación del país y el aumento de amenazas terroristas. Pero esa iniciativa no era útil a Francia que pretende apuntalar a Total en Libia y ganar influencia en el norte de África.

A principios de 2019 cuando Italia se negó a dar entrada a los inmigrantes en las costa italianas, Salvini, el ministro del Interior italiano de la Liga Norte, acusó al gobierno francés de empobrecer a África provocando el fenómeno migratorio. Salvini se refería a la zona franco. Poco eco tuvo el ultraderechista Salvini en los medios de comunicación. Pero a pesar del racismo que desprendía su actitud hacía los migrantes, Salvini llevaba razón, en parte, en sus declaraciones con respecto a Francia. En 1960. en el momento de la descolonización, Francia impone el franco CFA (franco de las colonias francesas del África del Oeste y del África Central) y el franco CFP (franco de las colonias francesas del Pacífico) que fueron creadas al acabar la Segunda Guerra Mundial. Esto otorga a París el control de las políticas económicas de la zona mencionada. Por ejemplo, la obligación, de estos países africanos, de depositar en el Banco de Francia una parte importante de las reservas de divisas (un 65% hasta 2005, un 50% hasta 2018). Esto supone una sangría de miles de millones de euros para los 15 países de la zona franco. Por no hablar de la estructura militar que Francia se empeña en mantener en sus ex colonias con el pretexto de la lucha contra el terrorismo (Francia ha intervenido 44 veces desde la descolonización hasta la fecha), pero que, en la realidad, se traduce en mantenimiento de gobiernos dictatoriales al servicio de los intereses franceses en la zona.

Las estrategias basadas en el saqueo, la agresión y la insolidaridad practicadas por los países occidentales fuera de sus fronteras, entran en total contradicción con los valores que dicen defender dentro de las mismas. Violan todo el cuerpo legal que protege los derechos humanos y provocan un sufrimiento en la población civil de trágicas consecuencias. Muchas de las personas inmigrantes y refugiadas, afincadas en suelo francés, proceden de países que, la avaricia occidental, los ha convertido en estados fallidos. Difícilmente, esa ciudadanía, podrá asimilar los principios de libertad, igualdad y fraternidad sin objeciones, convirtiéndose en blanco de captación de los grupos terroristas, principalmente los jóvenes de los barrios pobres. Por eso, quizás la lucha contra el terrorismo, no necesite de más armas, más estado de emergencia o más declaración de guerra. Por el contrario, una política más ética, más coherente y más acorde con la legalidad internacional y el respeto a los derechos humanos podría debilitar el sentido de la existencia de muchos de los grupos terroristas.














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